En las últimas décadas, las fronteras territoriales, reinvertidas con significados sociales y políticos, han adquirido relevancia en el discurso político. ¿Cómo podemos explicar el apego actual a las fronteras, no solo en la retórica política, sino también en la vida cotidiana?
En un contexto marcado por la inseguridad y la desigualdad, las fronteras han sido instrumentalizadas como símbolos de seguridad, legitimando y normalizando prácticas violentas tanto en los márgenes, como dentro de los Estados, a la vez que ocultan las desigualdades globales. Como resultado, se realiza una división de la ciudadanía, entre los que son reconocidos por el Estado y los que son considerados «irregulares» o «ilegales», mientras que problemas estructurales como la desigualdad se trasladan al ámbito relacional.
Sostenemos que las fronteras funcionan hoy como un constructo ideológico donde el resentimiento hacia las personas consideradas «ilegales» y el apego a las fronteras operan como herramientas para gobernar la inseguridad.
Para examinar cómo estas emociones inciden en las prácticas institucionales — y en particular cómo el resentimiento y la compasión influyen en la gestión cotidiana de la migración «irregular» — nos basamos en entrevistas y un trabajo de campo etnográfico realizado en una prisión en Rumanía (2024) y con los servicios sociales en España (2020–2023).