Esta comunicación propone un viaje etnográfico por los paisajes del encierro psiquiátrico, donde las violencias biomédicas —diagnósticas, químicas, simbólicas— operan como un dispositivo de control social. A partir del testimonio de personas psiquiatrizadas y sobrevivientes de la psiquiatría, vinculadas a colectivos de activismo loco y grupos de apoyo mutuo, se revelan los efectos devastadores de una maquinaria institucional que diagnostica, contiene, sobremedica y silencia bajo la promesa de cuidado.
La entrada al sistema psiquiátrico se asemeja, para muchas, al descenso dantesco: el cruce de un umbral donde se pierde la agencia, la palabra, el deseo. El diagnóstico deviene en sentencia; las prácticas biomédicas, condenas encubiertas de asistencia. Pero incluso en ese infierno emergen fisuras: grietas por donde se cuela la voz, la rabia, el deseo de reapropiarse del cuerpo, del lenguaje, del tiempo.
Este trabajo interpela críticamente al biopoder médico (Foucault) y visibiliza las violencias institucionales que se despliegan en los entornos psiquiátricos. Reivindica la potencia epistémica de los saberes locos como una forma de resistencia que no solo sobrevive, sino que politiza el sufrimiento y abre horizontes de posibilidad más allá del paradigma biomédico.
Porque donde hay violencia sistemática, también hay lucha colectiva. Y donde hay lucha, hay lenguaje. Un lenguaje que rompe las herramientas del amo (parafraseando a Audre Lorde) y se convierte en una grieta desde donde enunciarse: una herramienta de autoenunciación que produce y genera significados —si bien circunstanciales y relativos, como también lo son las categorías clínicas—, pero que otorga una voz más libre y un saber colectivo y propio a las personas psiquiatrizadas. Tal vez ahí, en esa grieta-lenguaje, encontremos otra forma de habitar el malestar.