A partir de una comparación entre dos casos de estudio —La Guajira en Colombia y los Andes del sur en Bolivia—, este trabajo analiza cómo los lugares y personas considerados “conflictivos” o “malos” pueden ser fundamentales, siempre que existan dispositivos sociales que los transformen y apacigüen. Esta transformación los convierte en fuentes de reproducción tanto de la sociedad como del territorio, entendido como un espacio habitado por humanos y por relaciones de interdependencia entre entidades.
En Tarabuco (Bolivia), más que explorar la personalidad de un lugar específico, se propone repensar la noción de territorio a través de las personalidades que lo habitan. Una figura central es el Supay, entidad ambigua asociada al inframundo, al agua y al viento. Durante el carnaval, los tarabuqueños buscan relacionarse con él para asegurar la reproducción del mundo. Esta interacción revela la ambigüedad de la persona andina, donde el Supay representa un “otro” que también es parte del “yo”. Así, el territorio se construye desde una analogía de contigüidad entre persona y entorno.
En La Guajira (Colombia), los Wayuu, organizados en clanes matrilineales y matrilocales, habitan la cordillera de La Makuira, su tierra de origen mitológico. Las mujeres tienen un rol central en la gestión del agua, debido a la presencia de Pulowi que habita las fuentes de agua subterránea. Este espíritu hiper-femenino protege los puntos de agua y sanciona a los hombres que los frecuentan. Por ello, las mujeres, investidas de un “salvoconducto” espiritual, se encargan de todas las actividades ligadas al agua: transformación, maceración, riego, lavado espiritual, etc. Estos puntos de agua, frecuentados casi exclusivamente por mujeres, revelan una fuerte correspondencia de contiguidad con lo femenino que se verifica en el territorio y en la mitología. Así, el espacio natural no sólo refleja, sino que también reproduce el orden social wayuu.