Vínculo entre literatura y antropología
La antropología se ha desarrollado como una disciplina científica capaz de construir un conocimiento riguroso que explique la diversidad cultural humana. Para conseguir este objetivo, ha usado dos elementos imprescindibles: el trabajo de campo -basado en la herencia malinowskiana: la interacción con los informantes, estancias largas, conocimiento del idioma local y observación participante (Jiménez, 1994) – y una escritura académica “ascèptica, objectiva, rigorosa i científica.”(Clua i Fainé, 2024, pg. 64) Estos dos elementos constituyen la dicotomía de la que nos ocuparemos en este trabajo: la separación entre ficción y realidad, base de la historia de nuestra disciplina y también de su metodología. (Tal fue esta división que Ruth Benedict firmaba sus poemas bajo el pseudónimo Ruth Stanhope o Anne Singleton, separando no sólo su obra literaria de la antropología, sinó también su yo antropólogo de su yo poético (Ruth Behar, 2009, pg. 108); tal fue esta división que a Lévi-Strauss no le concedieron el premio Goncourt (C.Lévi-Strauss i D. Eribon, 1990, pg. 70) tan solo para seguir diferenciando la etnografía del texto literario1).
En 1967, Malinowski -y toda la antropología- fue despojado de toda inocencia con la publicación póstuma de su diario de campo privado. Más allá de toda cuestión ética, una cosa quedó clara: la distancia entre los hechos y su explicación era enorme e incuestionable (Orrego, 2012). Poco después, partiendo de la idea que “la experiencia empírica de lo sensible puede ser engañosa, o al menos representar sólo una parte del todo” (Fuente Lombo, 1994, pg. 65), Geertz presentó El antropólogo cómo autor -texto considerado premonitor de la corriente postmoderna en antropología-, evidenciando “la rareza que supone construir textos ostensiblemente científicos a partir de experiencias claramente biográficas” (Geertz,1989, pg.19). En este punto, la mirada de la antropología empieza a desplazarse del trabajo de campo a la escritura etnográfica: se entenderá que “la palabra es performativa y que sugerir algo […] equivale a producirlo.” (Bernand, 2012, pg.72). En este sentido, en un momento de cuestionamiento de toda dicotomía gracias al desarrollo del posmodernismo dentro de la disciplina, las fronteras entre realidad y ficción quedan desdibujadas: “la centralidad del debate parece recaer en […] si la ficción remite a una realidad o si esta es siempre una construcción y, por tanto, producto de la ficción.” (Borjas, 2007, pg.16) Se abren, entonces, las puertas para la entrada de la literatura ya no sólo como método sino cómo fuente primaria de estudio.
El vínculo entre la literatura y la antropología no empieza con Geertz: se remonta a los relatos de viajes del siglo XVI, dónde se recoge “la experiencia de la alteridad en la que se expresan las relaciones de poder sobre las que se forja la relación colonial.” (Orrego, 2012, pg.15) Las diferencias entre estos relatos y las etnografías son muchas, pero hay una similitud clara (a la que no escapan los textos literarios): relatan en profundidad la cultura de una sociedad ajena. Lo importante de este vínculo es que estos relatos nos anticipan aquello que queremos ver aquí; a saber, que “la literatura está llena de información y reflexión sobre la condición humana, sobre el hombre situado en el tiempo y en el espacio, en interacción con su entorno natural y social.” (Jímenez, 1994, pg. 44) Los vínculos entre estas dos disciplinas a partir de ese momento son interminables y seguirán hasta día de hoy: sobra con ver la influencia de Daniel Defoe, creador de Robinson Crusoe, para conocer vidas del mundo no europeo; también, en este mismo sentido -tal vez uno de los ejemplos más citados- tenemos los viajes de Joseph Conrad, una de las grandes influencias de Malinowski (Orrego, 2012, pg. 11); importante es la enorme influencia etnográfica de Zola, quién “dedicó veinte años a tomar notas con características propias de la investigación etnográfica” (González, 2022, pg. 4) para relatar los pueblos parisinos; también clara la relación entre los movimientos surrealistas y la antropología -los estridentistas en México o el Grupo Minorista Cubano, entre otros- en ese intento por encontrarse con “lo otro, que desnaturaliza y relativiza la propio” (Orrego, 2012, pg.16).
Por ello, al igual que todos estos autores y movimientos nos sirven como fuente de análisis, recogiendo la difusa frontera presentada entre realidad y ficción, una vez el trabajo de campo ha sido desacralizado y vemos cómo nuestra disciplina cuestiona sus orígenes y piensa su futuro, cabe rescatar el olvidado seminario celebrado en Córdoba en 1994 para poner sobre la mesa la posibilidad y el potencial de la etnoliteratura: el análisis de textos literarios desde la antropología. Porque “lo imaginario, lo irreal, es un camino para conocer la realidad porque es una parte de ella” (Fuente Lombo, 1994, pg. 63) y porque un texto literario siempre parte de una realidad social concreta. Tal y como bien indicó Joan Frigolé, “La etnografía, en la medida en qué reúne información sobre los comportamientos, los conceptos y significados, actitudes y valores de una sociedad y una cultura concreta, posibilita una contextualización específica de la obra literaria.” (Frigolé, 1995, pg. 128)
Este trabajo parte de esta metodología, la Etnoliteratura, a sabiendas que la ficción es también realidad y que la literatura es también antropología; un pequeño canto a que, algún día, antropólogos ganen el premio Goncourt y antropólogas firmen sus poemas sin pseudónimos.
1 El premi Goncourt és un premi de novel·la francés. Lévi Strauss va quedar descartat com a guanyador l’any 1955 amb la seva obra Tristos tròpics per no ser considerada una novel·la.